¿Dónde están las mujeres?

Viajar sola por países de mayoría musulmana: mi experiencia en Malasia tras el terremoto de Bangkok
Viajar sola por algunos países de mayoría musulmana puede resultar incómodo, especialmente para nosotras, las mujeres viajeras. Marruecos, Dubái, Indonesia, Malasia… creo que son los que están en esta lista. Hace poco estuve unos días en Malasia, refugiándome de la paranoia y el caos que se vivía en Bangkok después del terremoto del 28 de marzo., donde estaba pasando unos meses.
Hacía tiempo que no volvía, y esta vez Malasia me dejó un sabor un tanto amargo. Haciendo memoria, creo que en las pocas ocasiones anteriores siempre había venido acompañada, excepto cuando estuve en la isla de Penang y en la de Langkawi, una isla turística con régimen tax free (liberando precios en alcohol, dulces y otras cosas) y un ambiente más relajado. Allí, al haber mayor presencia de turismo occidental, están más acostumbrados a ver mujeres solas y con poca ropa en la playa.
Sin embargo, incluso en Langkawi, los turistas musulmanes pueden resultar desubicados. Me tocó ver cómo grababan videos y sacaban fotos a mujeres en bikini. Y no siempre eran hombres: también vi a mujeres haciendo lo mismo. Entiendo que hay una curiosidad cultural, mil motivos detrás de esas miradas, pero eso no lo hace menos invasivo. No se siente respetuoso. No he visto turistas occidentales grabando a mujeres cubiertas de pies a cabeza con su burka, soportando el sol en medio de la playa.
Hace años, en Indonesia, también sentí esa invasión, pero como los locales se acercan a pedirte las fotos amablemente, estás en tu voluntad de aceptar o negarte.
Esta vez estuve sola y pasé muy poco tiempo en Kuala Lumpur, la capital de Malasia. Me llamó la atención la abrumadora presencia masculina en las calles. No sé dónde están las mujeres, pero la sensación de ser observada por todos lados es constante. Que quede claro: siendo mujer, no me escandalizan las miradas masculinas. Pero en Kuala Lumpur… ¿qué les pasa? Es MUY INCÓMODO.
En una ocasión tomé el metro y subí al vagón exclusivo para mujeres porque era el que tenía más cerca. Apenas entré, noté que iba muchísimo más lleno que los otros vagones, lo cual me recordó al metro de Ciudad de México. Pero esta vez, entre tantas mujeres, se subió un hombre con total impunidad. Nadie le dijo nada. Todas lo miramos con un mensaje muy claro: ese no era su lugar.
Tuve que morderme la lengua para no preguntarle qué hacía ahí. De donde yo vengo, no nos quedamos calladas. Pero no es mi país, no es mi cultura, no hablo el idioma y desconozco las leyes. No quiero problemas. Aun así, me hervía la sangre. Por él, y por el silencio de todas las que compartíamos ese vagón.
Por un momento pensé que quizá se había subido apurado. Pero luego observé que, cuando otros hombres se subían por error, se cambiaban sin problema. Esa impunidad con la que se movía este hombre es un foco de alerta.
No me sentí insegura en términos de violencia física o sexual. No creo que en Malasia estos delitos sean comunes. Pero muchas veces no hace falta llegar a esos extremos para que algo sea perturbador. A veces el silencio pesa más que cualquier palabra. A veces se pueden escuchar los pensamientos no dichos, y nosotras como mujeres los escuchamos. En esos momentos, el silencio puede ser ensordecedor.